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Todos los días a la misma hora, mientras tomaba los 20 minutos de recreo que les daban con el tiempo justo para tomar un café, él se acercaba a la ventana de la sala de embarque. Esos amplios ventanales que tanto esfuerzo le daba limpiar 5 veces por día se convertían en un pasaje a viajes imaginarios que iniciaban con el barco que partía.
Le gustaba mirar el movimiento previo a la partida. Los autos que iban llenando la bodega, las personas que se veían apenas, iban tomando sus lugares en cubierta... El movimiento de la tripulación... ¡Cuánto le hubiera gustado haber obtenido ese puesto! Pero el encargado de personal entendió que su presencia no cumplía el requisito de "buena".
No odiaba su trabajo... Simplemente deseaba ser otro. Su problema, estaba seguro, no era el trabajo. Era él mismo, que no encajaba en ningún lado. Sólo en el depósito entre lampazos y baldes. Era lo que merecía. A veces, cuando miraba por la ventana, sentía que era indigno de esos veinte minutos de regocijo por sólo mirar el barco que partía.
- ¡Ya terminó el recreo, Pérez!
La voz conocida le devolvía a su horrible realidad. Ese día, sin embargo, algo no estaba bien. El barco estaba aún inmóvil en el puerto. Nadie se había acercado. Nadie había bajado de él. 
Miró a su alrededor y la sala de embarque estaba vacía. Pero definitivamente vacía: sin la gente preocupada por no perder sus papeles ni su equipaje, ni el personal del puerto, ni los alegres puestos de ventas... Ni su jefe.
Todo estaba cubierto de telarañas, desolorido y sucio. Parecía estar abandonado por muchos años.
Pensö que se trataba de la misma ensoñaciön que le ocurrïa a menudo pero que solïa ser mäs feliz: el caminaba hacia el barco con su mujer al lado, con su hija pequeña de la mano, alborotada por todo lo nuevo que descubría, y finalmente embarcaban y miraban el puerto desde el agua. Y del otro lado, la ciudad de las oportunidades les esperaba...
Pero esta ensoñación era oscura... como un mal presagio. 
- Pérez, ¿qué le parece si vuelve a trabajar? - volvió a escuchar la voz del encargado.
Volvió a mirar por la ventana y el barco, rodeado del bullicio habitual, se alejaba parsimoniosamente del muelle y los pasajeros saludaban animados desde cubierta... El sol brillaba y se reflejaba sobre el río que parecía recubierto en plata... La gran ciudad se recortaba sobre el horizonte.

El día siguió. Terminó su turno y volvió a su casa con la misma sensación de derrota que le acompañaba a diario. El almuerzo austero sobre la mesa, los rostros cansados pero sonrientes de su familia. La siesta tardía para recuperar un poco de energía antes de iniciar sus trabajos de carpintería.
A las 7 de la tarde prendió el viejo televisor. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos: el barco que habia visto zarpar se había hundido en las proximidades de la costa, a unos cuantos kilómetros de llegar a destino. Casi no había sobrevivientes. A un mismo tiempo, un voraz incendio destruía todo en el puerto... la sala de espera, el muelle, los puestos comerciales. Parecía una oscura ensoñación y cerró los ojos rogando que al abrirlos, nada de eso fuera cierto...

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