Foto 2

 

Hacía unos 20 años que el faro estaba fuera de servicio. Desde que el intendente del distrito había iniciado su prestigioso plan de modernización de la ciudad y llevó el "progreso" a cada rincón. Como suele suceder, el mentado progreso beneficia a algunos y perjudica a otros. 

Los barcos ya no necesitaban de las luces del viejo faro para saber que estaban a punto de llegar ni para encontrar el puerto. Ahora había un sofisticado sistema de boyas eléctricas que se programaban de una sola vez. Era más seguro para los navegantes, especialmente desde que había crecido la afluencia de turistas. Los escasos escafes que llegaban día por medio habían sido reemplazado por naves más modernas que hacían varios viajes en el día.

Entre los ignorados por estas bondades del progreso se encontraba el viejo encargado del faro. Toda una vida dedicada a encender la luz y luego dedicar la noche a mantener la llama activa. Nunca quiso reemplazarla por una luz alimentada por energía artificial porque decía que si algo fallaba las consecuencias serían trágicas antes de que pudieran resolverlo. Pero la verdad es que su solitaria vida tenía una única razón de ser y era precisamente la utilidad de mantener encedido el faro. Cuando la luz del sol comenzaba a extinguirse, aparecía una sonrisa en su rostro moreno... Su heroica misión comenzaba justo entonces.

También había asumido algunas otras funciones: mantener la fachada colonial del faro sin cambiarle su aspecto original. Apenas unas capas de cal para conservar su estoica figura blanca. Asegurarse de que la vegetación silvestre no invadiera las ruinas que lo rodeaban. Él no conocía la historia real de esas construccione pero tantos años allí sin mucho más para hacer le habían inspirado infinitos relatos de cómo y quiénes lo construyeron. Seguramente las autoridades españolas querían resguardar su puesto vigía por excelencia en la península, de corsarios ingleses y de invasores portugueses. Los fragmentos que se habían desmoronado seguramente habían sucumbido bajo bombardeos de cañones. Nadie jamás había dedicado tiempo ni recursos en reconstruir la verdadera historia del lugar. Bastaba con que así como estaba, fuera una foto postal de las más vendidas a los turistas. Las historias del viejo eran publicidad gratuita.

La vida del viejo quedó reducida a eso... a contar sus historias a quien quisiera oirla cuando se acercaban a tomar las fotos o comprar las postales.  Pero ya estaba demasiado viejo para pasar largas horas de calor sentado afuera, contando sus historias. Nada había sido igual desde que dejó de subir a encender la luz del faro.

Una tarde estaba intentando remover la maleza entre las piedras que estaban más cerca de la entrada a las ruinas. Levanttó la cabeza y encontró frente a él a un muchacho joven, de unos 30 años, con dos pequeños. Le recordaba vívidamente a alguien pero no podía saber a quién. 

- Disculpe, señor -dijo tímidamente el muchacho-. ¿Es usted el encargado?

El viejo lo miró con un poco de desconcierto. Tenía una tonada extraña que también le resultaba conocida. 

- Bueno -respondió el viejo- sería una forma de decirlo. Yo he vivido aquí toda mi vida, era el encargado del faro...

- Entonces quizás pueda ayudarme -siguió el joven, mientras el niño y la niña escalaban por las ruinas y reían alegremente.- Acabo de llegar a la ciudad del interior y necesito encontrar trabajo. Debo mantener a mis pequeños... Me dijeron que el faro era un lugar donde podían necesitar mano de obra...

El viejo sonrió amargamente.

- Eso habría sido así hace muchos muchos años... El faro en realidad está cerrado. Apenas recibo visitas de los turistas que no saben apreciar lo que representa.

- ¿Cerrado? ¿Cómo es posible? - insistió el muchacho.

- Así es. El servicio eléctrico y un grupo de ingenieros han hecho el milagro: ¡ya no dependen de la luz del viejo faro, los navegantes!

El muchacho lo miró con extrañeza. Había escuchado hablar de la electricidad y de todo lo que se podía lograr con ella pero estaba bastante seguro de que la ciudadela todavía no contaba con esas bondades del progreso.

Insistió:

- Caballero, si el puesto ya está garantizado, puede usted decírmelo. Sabré comprender. Acabo de hablar con el intendente y me ha dicho que el puesto está disponible porque usted está pronto a ser trasladado a la capital.

El muchachito se acercó para escuchar la conversación. Escuchó cuando su papá le decía al señor:

- Me urge encontrar trabajo y un lugar donde instalarnos. Me aseguraron que si soy responsable y no fallo ni un solo día, cuando ya no esté será mi hijo quien tome mi lugar. 

El anciano pareció haber recibido un rayo. Palideció de golpe. Miró al niño y le preguntó:

- ¿Cómo te llamas? 

- Felipe, señor. -dijo el niño con voz un poco temblorosa... algo extraño había en aquel hombre que lo inquietaba.

El viejo se recordó así mismo escuchando a su padre repetir esas mismas palabras, el mismo día que habían llegado del pequeño pueblo que los había expulsado por un par de deudas impagas. El anciano volvió a sentir la ansiedad de que el puestero del faro le dijera que sí a su padre para tener por fín, dónde y de qué vivir. Su padre murió pocos años después, y su madre se había llevado a su hermana menor a otro lugar... Nunca más supo de ellas.

El anciano revivió en los ojos del niño toda la soledad que desde entonces lo había acompañado.

El ruido de un motor viejo lo trajo de nuevo a la realidad. No había nadie alrededor. Estaba solo sentado en el césped, con una mata entre los dedos y una pequeña azada en la otra mano. Lloró amargamente en silencio.

Se levantó como pudo, entro al faro y cerró la puerta  para siempre. 


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