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El mar desde mi ventana es más azul. La arena en las calles de mi pueblo es más suave...

- ¿Está lista la orden? 
La voz de su compañera lo sacó de la ensoñación. Y no... La orden no estaba lista. Ni siquiera sabía cómo preparar esos tragos que le habían indicado. Mucho menos esos platos extravagantes con nombres en inglés o francés... tan ajeno a su Caribe natal. Maia tampoco pertenecía a ese lugar pero parecía haberse acomodado tan rápido. Iba y venía sonriendo, a la gente que se agolpaba en la barra, a los que llamaban insistentes desde la comodidad de sus reposeras, a quienes trabajaban en la cocina. Incluso al dueño del parador que no era precisamente un buen anfitrión en su país. 
Todos ahí eran extrajeros y lo que les pagaban a duras penas alcanzaba para cubrir los gastos del mes. Las propinas de los turistas no son frecuentes. Eso de que por ley se incluyera en el ticket lo había empeorado todo. Cuando la paga era en efectivo, todos dejaban lo recaudado en un frasco sin etiquetas para que cualquiera pudiera controlar que no bajara el montoncito de billetes. Generalmente eran monedas de poco valor. A veces esperaban al final de la semana para repartir y que pareciera un auténtico botín. 
Cuando el pago era con tarjetas... eso no llegaba. 
Su mirada morena seguía intemitentemente los recorridos de Maia y los de algún ave de mar que cruzaba el cielo. No podía concentrarse. La semana anterior no había reunido nada que valiera la pena enviar a su patria. A penas había podido pagar la luz en el minúsculo lugar que compartía con otro caribeño de igual suerte. 
A menudo le pasaba que mientras miraba distraidamente la muchedumbre, le parecía ver antiguos vecinos, sus amigos de la infancia. Más de una vez sus compañeros lo habían sorprendido saludando a la multitud con una enorme sonrisa. 
Ese día de verano radiante parecía ideal para todos los habitantes circunstanciales de la playa. Los turistas disfrutaban de la temperatura media del mar que con un suave oleaje invitaba a zambullirse entre los cardúmenes que frecuentaban bastante cerca de la orilla. El intenso calor obligaba a buscar el amparo de las sombrillas del parador y el consumo de bebidas se multiplicaba con el paso de las horas.
Ya estaba próximo a terminar su turno... Sin grandes expectativas por regresar a su pequeño departamento, comenzó a preparar sus cosas... la llave, el teléfono, la billetera... ¿Dónde la había dejado?
Gritos de terror que provenían desde la orilla interrumpieron su búsqueda. Parecía la voz de Maia... o era que siempre temía que algo malo le sucediera. Miró hacia el lugar de donde provenía el grito y vio mujeres, hombres, niños, mascotas huir despavoridos. Todo era confusión. Imposible distinguir lo que decían en sus alaridos.
La arena caliente bajo sus pies le hizo apretar los dientes pero no dejó de correr. De pronto los metros que separaban el puesto de venta de la orilla donde se ubicaban las sombrillas le parecieron kilómetros. Las siluetas se desdibujaban sobre el horizonte y se alejaban. Seguía corriendo... hasta que al fin llegó a la arena húmeda y fresca. Lo que vio sobre la arena le heló la sangre y lo dejó paralizado por unos segundos. No podía ser real.
Una extraña figura se retorcía entre la espuma que llegaba del mar. Era difícil describirla... Se asemejaba a los monstruos marinos que había visto en los libros de aventuras en su Caribe fantástico. Criaturas mitad humanas y mitad pez, con cualidades sobrenaturales pero peligrosas para la raza humana... De ella provenían los gritos que él había atribuido a Maia. Sin darse cuenta comenzo a gritar su nombre, quizás con la esperanza de encontrarla entre la gente y asegurarse de que se hubiera puesto a resguardo del indeseado visitante.
El nombre de Maia resonó en el marco de un sorpresivo silencio. La criatura dejó de moverse y dirigió sus ojos salvajes al muchacho. Se apoyó en sus manos humanas y comenzó a arrastrar su cola de sirena lentamente. Ya no gritaba pero emitía un sonido extraño... parecía una melodía melancólica. Una fuerza hipónótica parecía empujar al joven hacia la criatura. No ofrecía resistencia. Era como si una fuerza extraña le reclamara regresar... 
Estaba ya al alcance de las manos de la sirena. Comenzaba a ser también arrastrado mar adentro. El salitre le impregnaba la nariz y la boca... Su cuerpo liviano subía y bajaba al compás de las olas...

"Un joven de identidad desconocida fue hallado sin vida en la playa esta madrugada. No se pudo establecer lo que le había sucedido".
Eso informaron los medios locales un viernes por la mañana. 
Nadie lo conocía y nadie lo buscaba. No hubo testimonios de misteriosas apariciones. Nunca se supo desde donde llegó. Pronto nadie lo recordaba. 

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