La lógica maniquea: el código de la no-sociedad


Los seres humanos somos gregarios por naturaleza. También por naturaleza tenemos necesidades infinitas en entornos de recursos finitos. Por si esto fuera poco, estamos dotados con capacidades finitas, por lo que para mejor suerte o mayor desgracia, no podemos prescindir unos de otros.
Puesto de este modo, parece que no nos une el amor sino el espanto. Algo de cierto hay. Esas necesidades historicamente han forjado lazos de competencia y no de solidaridad. Es por esto que la sociedad, como proyección vital de quienes la conforman, puja por su supervivencia, y en nombre de la perpetuación de la misma y de las propias vidas particulares es que las personas hacen esta concesión de vivir, en vez de bajos sus propias reglas -y claro, librados a la suerte de sus capacidades-, bajo lo que en términos (muy) generales llamamos Estado.
El Estado es un amigo peligroso. Las leyes están por encima de todos pero las armas están en manos de algunos. Y el debate es ciego. En qué manos convienen menos a nuestra sociedad estas armas? En manos de quienes las usan para contravenir la ley y el propio sistema de valores? O en manos de quienes deben defender ambos?
El debate se da en términos morales y es un callejón sin salida. La víctima del delito es inocente y merece ser defendida. El delincuente no es inocente, pero es victima de un sistema. Ambos argumentos son tan ciertos como excluyentes y sin embargo hay cuestiones racionales. Cuantos miembros puede perder una sociedad si no se castiga el delito? Cuántos ha de perder si se castiga el delito deshaciéndose del delincuente?
En el mismo momento en que la voluntad acepta someterse al Estado a cambio de protección, se acepta tácitamente la idea de que si se yerra en la vida social, existe la posibilidad de la reinserción. De otro modo, no sería muy distinto de un guerra de todos contra todos con el agravante de que una minoría concentraria la mayor cuota de poder.
El Estado es un guardián al que no se le puede perder pisada porque con una fachada más o menos amistosa, continúa siendo el Leviatán que tiene en sus manos el monopolio de la violencia «legitima». Esa gran palabra hace la diferencia. Cuanto más violencia necesita el Leviatán para contener a sus lobos, tanto menos legítimo es el poder que detenta.
Cuando se libera la violencia de las fuerzas represivas del Estado peligra el mismo imperio de la ley. Rozamos la anarquía tanto más que si la ley no existiera. Porque ese cúmulo de violencia «legitima» no es ejercida por ningún monstruo bíblico ni bueno ni malo, sino por individuos de carne y hueso, forjados en la misma sociedad que todo el resto. Una sociedad con la lógica de unos u otros. Quién vale menos la pena? A quiénes debemos eliminar?
Incluso puesto de este modo, siempre será más peligroso el poder de matar en quienes se saben legitimados para ello y que disponen de un aparatp coactivo. Reducir la vida en sociedad a la mera supervivencia, eligiendo a quienes el sistema puede tragar, marginar o eliminar va en contra del principio básico de sí misma. No es más que cuestión de tiempo.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La ventana

Foto 2

Diálogo